Ya no supimos lo que nos perdimos ambos, lo que pudo ser. No se trata sólo de la ternura y la buena condición física en la cama; discutir películas; elegir la fruta juntos; entender las estrellas uno al lado del otro; dar un buen ejemplo a una bella criatura; cada instante, la suma de todos ellos.
Sería una bajeza culpar al destino, no reconocer que personas valiosas existieron en nuestras vidas. No necesitamos consentimiento de nadie, sólo el nuestro. Ni la clase, ni los matrimonios forzados, ni ningúna otra práctica opresiva intrusiva de antaño nos separaron. Optamos por fingir que no nos importó.
Se le llama perder-perder y no le ocurre a las personas inteligentes.
Lennarth Anaya