Ignorancia

Pedí una bebida en la tienda y un señor trajo otra. Le dijeron que era la blanca, y volvió a traer otra. Con gesto de desesperación, la dueña dijo que esa no era. Entonces noté que el señor no sabía leer y le dije que no tenía yo prisa y que me permitieran leer los ingredientes de las otras bebidas. Al señor, a pesar de su tono obscuro de piel, se le notaba el rubor en el rostro y no miraba a los ojos.

Deseo aclarar la diferencia entre estupidez e ignorancia. Un estúpido es alguien a quien ya se le ha proporcionado conocimiento, y por patán o patana simplemente lo acomoda a su interés. Alguien ignorante es alguien que carece de ese conocimiento.

No podemos ser intransigentes con quien ignora, y lo que ignora puede ser tan amplio, que merecerá mucha paciencia para poder obtener progresos con esa persona, pero lo merece si no manifiesta estupidez.

Un estúpido no merece paciencia porque no le falta algo para entender, simplemente no le apetece hacerlo.

Lennarth Anaya

Subsistencia al límite

Aquel pobre ser que siempre fue oprimido, se aferra más a la vida en las peores condiciones. Quién ha vivido a plenitud está en mayor disposición de aceptar la muerte.

Aquella pobre criatura que sigue en espera de la plenitud, meta máxima en la vida después de la reproducción, es capaz de soportar las vejaciones de la humanidad tirana con tal de mantener viva esa oportunidad.

Tanto para el oprimido, como para quien ha gozado de plenitud, existe un punto de suficiente hartazgo o conformidad, respectivamente, en el que se está en disposición de arriesgar la vida a cambio de la muerte si es necesario, con tal de encarar al ser maligno opresor que busca vulnerar, o seguir vulnerando, el derecho auténtico de cada uno de vivir plenamente sin tener que ofrecerle beneficio alguno al diminuto ser del opresor, que no ve la obviedad de la grandeza en objetivos nobles y de mayor reto que requieren ser realizados en el total anonimato, incluso sin la presencia de competidor alguno que no sea uno mismo.

Elefantes encarando al cirquero maldito, trabajadores encarando al enterpreneur holgazán; filósofos restregándoles a los pueblos su evidente estupidez y, también, holgazanería; reporteros tomando nota aún después de ser amenazados poc trasvestis con ametralladoras. Y en contraste, tanto infeliz, como yo, besanado manos en el trabajo; soportando choques eléctricos en los rastros; soportando miserias en las ciudades; con la esperanza de que, por su propia buena voluntad, el poderoso sea bondadoso.

Lennarth Anaya