Desconozco el autor
De niño no podía evitar la incomodidad de no ser dejado en paz, de que irrumpieran el silencio con la vibración de sus cuerdas vocales para emitir sonidos que no aportaban nada en lo absoluto a mi espíritu.
Sin meterme con nadie era objeto de provocaciones y señalamientos sobre aspectos que, ni eran malos, algunos eran exagerados y absurdos, y en ningún caso eran incumbencia de nadie.
Conforme fui creciendo y tomando conciencia de las razones por las que el individuo promedio hace eso, no pude evitar sentirme muy bien conmigo. Aquellas actitudes con las que me quisieron empequeñecer terminaron enalteciendo mi ego cada vez más, y esas personas envidiosas se hacían cada vez más predecibles para mi. Periódicamente fui perdiendo cada vez más la habilidad y el interés de desinflar mi ego, no tenía motivos para fingir sencillez, una sencillez que más bien me parecía una tregua con quienes, ni me inspiran respeto, ni me interesa su opinión. A este respecto, uno puede distinguir cuando desprecia de la opinión de alguien por despecho, o por sincero desinterés, puesto que en este último se siente uno muy tranquilo manteniendo distancia con esas no tan apreciables personas, y la alegría es genuina; contrario a lo que un despechado siente.
No hay seres humanos que sean "moneditas de oro"1, tantos pretenden serlo porque en realidad son débiles. Ni los presuntuosos logran agradar con sus treguas de mutuos halagos y formación de élites de plástico, y esto es porque sus supuestas virtudes son sólo una ilusión producto de la repetición de las auto-adulaciones poco fundamentadas con las que sanaron sus temores.
A los verdaderos pensantes no les interesan esas cosas del glamour y la opinión pública, burda, simplista, manejable y voluble.
1 "No ser monedita de oro" es una expresión coloquial utilizada para decir que alguien no le puede agradar a todas las personas, como lo haría una moneda de oro.
Tauro Mx


